En Cataluña las jóvenes con 16 años pueden abortar. A muchos les ha parecido un escándalo. ¿Cómo es posible que una joven que no tiene la madurez necesaria para comprar bebidas alcohólicas en establecimientos públicos o conducir un coche, sí la tenga para solicitar un aborto?
Pero la verdadera cuestión no es esa. En realidad ¿podemos llamar “madura” a una sociedad en la que el aborto se tome como una decisión propia de una edad o de la madurez de una persona? En ese caso, ¿qué es la madurez?
En una conversación que mantienen Bilbo y Gandalf en el primer capítulo de “La comunidad del Anillo”, Bilbo comenta: “En verdad me siento adelgazado, estirado, ¿entiendes lo que quiero decir?, como un pedacito de manteca extendido sobre demasiado pan. Eso no puede ser. Necesito un cambio, o algo”.
Uno de los grandes aciertos de Tolkien es el reflejar con expresiones hogareñas verdades muy profundas. Esta extraña sensación de Bilbo responde a los malignos efectos que el anillo de poder ha tenido sobre su cuerpo. Y no deja de ser curioso que, mientras Bilbo pide un cambio, todos nosotros caemos en la cuenta de que no dejamos de cambiar: los pequeños quieren ser mayores, y no pocas personas maduras suspiran por una juventud ya lejana.
Y así, se reabre la cuestión: ¿qué es en realidad la madurez? ¿Puede un niño ser “maduro”? ¿Es “madura” cualquier persona con más de treinta años? No. Todos tenemos a la mano más de un ejemplo contrario: niños bastante maduros para su edad, más incluso que muchas personas mayores que no lo son en absoluto.
Esta paradoja es sólo aparente si vemos la madurez, no como una edad, sino como un esfuerzo por estar a la altura de las propias circunstancias. O, para seguir con el ejemplo de Bilbo, el tener la mantequilla adecuada para el tamaño de nuestro pan. No es propiamente una virtud porque, de alguna forma, las virtudes pueden “conquistarse”, y el mismo ejercicio del hábito ayuda para que sea cada vez más fácil de vivir.
La madurez, no. La madurez es más bien un “esfuerzo”, una lucha continua, un trabajo que dura lo mismo que la vida. La rebanada de pan es más grande según van pasando los años y el extender la mantequilla es un esfuerzo que requiere cada vez más tiempo y más fatiga.
Y esto por el pecado original que nos ha sumido en la incongruencia del temor y de la inseguridad. Este anillo, este pecado que vive en nosotros, nos hace sentirnos insatisfechos de nosotros mismos, de nuestras circunstancias, sembrando nuestras vidas de dudas y de falta de ilusión: nos estira, como a Bilbo, pero nos deja vacíos.
Para superar este gran peligro, que permanece en constante acecho en la vida de todo hombre, el cristianismo nos presenta su propuesta: un verdadero camino de madurez, fundado sólidamente en la coherencia humana y en la verdadera libertad que consiste en vivir de cara a Dios.
Esta es la mantequilla con la que tenemos que llenar nuestra vida de madurez. La madurez de la humildad y de la coherencia, para no caer en el ridículo de aparentar lo que no se es. La madurez de la verdadera libertad, que no es un “hacer lo que me viene en gana”, sino un “ser honesto conmigo mismo y hacer lo que Dios me está pidiendo”. Y la madurez de la confianza.
La confianza es importantísima para afianzar nuestra coherencia de vida y para no sentirnos limitados en ningún momento por la edad y las propias circunstancias. Al contrario, la confianza en Dios antes que nada, y después en nosotros mismos, nos ayuda a vencer toda inseguridad y a lanzarnos para llenar el mundo con la seguridad del hombre y de la mujer verdaderamente maduros.
Desde esta perspectiva, el mero hecho de plantearse el aborto –sea la edad que sea- parece algo bastante inmaduro. Rechacémoslo. Luchemos por llenar el mundo de sentido… y el pan de mantequilla.
¡Vence el mal con el bien!
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