Hola a todos..? como estàs? espero que hayan empezado el año de 10, con objetivos y metas a cumplir (o al menos intertar cumplir).
Hoy es 5 de enero, y estamos en bìsperas de reyes, como veràn en la foto de esta entrada, estoy yo.. ¿Cual soy de los 3? jajaja.. soy el negrito baltazar (que les cuento que me derretì del calor esa la noche que actuamos en el pesebre en de la parroquia de mi pueblo jajaja).
Bueno.. pasemos a lo interesante de este dìa:
Cuenta una historia que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto    la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de    oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado    todo en los lomos de sus burritos.
Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche    los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose    con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados    detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que    no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto    a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral de pirca. Por la    mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar    la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del    pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y    se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas    para reunir su majada dispersa.
Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen    hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría    ya seguir con sus Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no    daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía    que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué    cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de    sus hermanos?
Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en    volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró    se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además    había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo    con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose    nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la    distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar    donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía    a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar    la cebada lo antes. posible, porque de lo contrario los pájaros o el    viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.
Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar    a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía    que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco    podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos    chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año.    No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si    no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron    varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez    tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.
Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo    el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros.    Siguiéndolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces    para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos    años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento    que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se    elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus    pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro    rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías,    todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente    alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito    de Belén era una desolación. Había que consolar a todas    aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus    heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando    su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la    carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más    que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había    pasado mucho tiempo y había gastdo mucho de su tesoro. Pero se dijo que    seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque    lo había hecho por sus hermanos.
En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas    otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo,    de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad.    Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen    corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías    sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al    haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.
Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús    ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños    José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba    matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a    nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino    para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su    búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos    tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer,    porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo    tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo    siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había    hecho gastar su vida en buscarlo.
Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y    que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo    fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba,    llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas    de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales.    Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén.    Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y    a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron    en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos    quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él    de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón    no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que    se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó    el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le    quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha    jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó    hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana,    sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del    albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí    le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara    de más él lo pagaría al regresar.
Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén    ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un Viernes    antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban    de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota (lugar de crucificciòn) y comentaban    que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando    sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose,    como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de    años de cansancio y de caminos.
Y llegó. Dirigió su mirada hacia Jesus, y en tono de súplica    le dijo:
- Perdoname. Llegué demasiado tarde.
Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
- Hoy estarás conmigo en el paraíso.
"LA VERDADERA FELICIDAD CONSISTE EN DAR SIN ESPERAR NADA A CAMBIO..."

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