El Evangelio meditado

Sos mi buen pastor

Sos mi buen pastor
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna.

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Naranjas en mi Mochila…

Publicado por Diego

Una mañana la profe nos pidió que al día siguiente lleváramos naranjas y una bolsa de plástico.
Nos pidió que pusiéramos en la bolsa una naranja por cada persona a la que guardábamos resentimientos y escribiéramos su nombre en ella. Y que durante una semana lleváramos a todas partes esa bolsa con las naranjas, en nuestra mochila.
Algunos llevaban bolsas muy pesadas..!!!
Naturalmente con el paso de los días, las naranjas iban deteriorándose, ufff... que mal olían..!!!
El fastidio de acarrear esa bolsa en todo momento me demostró claramente el peso que cargaba a diario mi corazón y en mi vida debido al resentimiento.
También aprendí que mientras ponía mi atención en la bolsa para no olvidarla, desatendía cosas que eran más importantes para mí.
Este ejercicio me hizo pensar sobre el precio que pagaba por no perdonar algo que ya había pasado y que no podía cambiarse.
Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro, sin darnos cuenta que los primeros beneficiarios somos nosotros mismos.
Todos tenemos naranjas pudriéndose en nuestro corazón.
La falta de perdón es como un veneno que tomamos a gotitas. Pensamos que al ser poca cantidad no nos hará daño, pero finalmente nos acaba envenenando.
Si lo pensamos fríamente, la mayoría de las veces al primero que tenemos que perdonar es a nosotros mismos por todas las cosas que no hubiéramos querido hacer, pero hicimos.
Perdonarnos a nosotros mismos y a los demás, nos libera de ataduras que amargan el alma y enferman el cuerpo. El perdón rompe las cadenas y nos hace libres del dolor y el resentimiento.
Perdonar cuesta y mucho, pero tenè en cuenta que perdonar no significa que estás de a cuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebes.
Perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a quien te hizo daño o te traicionó.
Simplemente significa estar tranquilo, dejar todo lo que nos sucedió y nos produjo dolor e ira, en las manos de Dios y no buscar nosotros mismos una venganza, que a larga esa venganza es como un “boomerang”, al principio nos brindará alegría por sentirnos fuertes al lanzarlo al aire pero después, desesperación cuando ese mismo “boomerang” vuelva a nosotros y nos pueda lastimar y mucho.

“El perdon es no seguir viviendo en el presente condicionados por aquello que pasò”
“El que perdona se instala en la esperanza; el reconroso se fija en los recuerdos”

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